Casi le pido al mozo “Dos cafés”.
Pero me dio un poco de vergüenza pensar que la gente se extrañaría
al ver la otra taza, frente a la silla vacía.
O que el mozo creyera que alguien faltó a la cita o me dejó plantada.
Así que dije: un café.

Y mientras revuelvo amorosamente la cucharita en el líquido humeante
me parece verte caminar entre las mesas sonriendo como siempre,
con tu casaca, el diario en una mano y mirando con tus ojos claros.
¿Cuánto tiempo hace que no nos encontramos?
¿Cuánto tiempo sin que alguien quiera saber cómo verdaderamente
me siento, qué me pása, cómo estoy?
Sin intentar juzgarme o reprocharme; sino simplemente entenderme.
Eso es lo que más extraño de tí: la comprensión.
Decirte todo. Confesarte aciertos y errores sin que te sobresaltes,
ni te enojes, ni me pidas explicaciones.

cafe-dos.jpg

Algo se apuraba en mi pecho cuando te miraba las manos, con tus dedos manchados de nicotina, sensitivas y fuertes a la vez.
Manos que no se avergonzaron de cambiar pañales, de ayudarme
a lavar platos, de traerme un pequeño regalito, sólo de recuerdos.

Todos los amigos se acuerdan de tí y te echan de menos.
Algunos siguen viniendo a casa, otros no, pero sé que se acuerdan
y siempre te van a recordar.
No es necesario que te cuente las cosas en detalle, porque estás enterado
de todo, estoy segura! Y aunque quisiera hablarte las palabras se me ahogan en ese lago que inunda mi garganta. Se hunden allí, no salen.
Yo sé que estás sereno y suelto como antes.
Estás ahí, con una paz que suelta pajaritos de luz sobre las cosas.
Y me parece que si estás ahí, nada malo podrá sucederme,
porque no dejarías que nada malo me pasara.

Como el mar contra las rocas, estallan mis recuerdos.
Y hasta la última célula de mi cuerpo se siente desamparada en tu ausencia.
Nunca nadie me hizo sentir tan protegida, nunca nadie me ha vuelto
a dar paz.
A cada recuerdo lo subraya una línea azul de llanto y me la bebo
a sorbitos con el café.
No ví en qué momento te fuiste.
No oí tus pasos alejándose.
Me sequé las mejillas con las manos, llamé almozo, pagué, respiré hondo, observé la taza solitaria y salí.
Cada tanto entro a un café y pido “Un café para uno” y te convoco,
te siento frente a mí, te arranco de ese exilio que es la muerte y por un rato creo que la silla vacía se llena con tu presencia como un sueño.

Poldy Bird

¿Quieres recibir los elixires en tu correo?

Suscríbete vía email:

Delivered by FeedBurner

Etiquetas: , ,

Leave a Reply