Reflexión de Mamerto Menapace – Buscando el mar

Buscando el mar

Como todos los ríos,
también él se había puesto en movimiento buscando el mar.
No lo conocía. Simplemente lo intuía, como un destino.
Como un llamado.

menapace

Cuando la primavera de la vida puso su nieve en movimiento,
contra lo primero que chocaron sus aguas alertadas
fue precisamente con las rocas
que hasta ese momento le habían cobijado.
Tal vez le resultó difícil encontrar su cauce y ubicar un rumbo.
Pero había una fuerza imperiosa que lo ponía en movimiento.
Siempre hacia abajo,
siguiendo su instinto de agua en movimiento,
sentía estar respondiendo al misterio de su existencia,
buscando un encuentro.

Los ríos son agua en movimiento
que busca el encuentro con el mar.
El mar lejano y aún no conocido los atrae.
Y respondiendo a esta profunda y misteriosa atracción,
arrastran su pecho por la tierra,
embarran su caudal, atropellan los obstáculos
y abren surcos que serán su propio cauce.

Pero hay ríos que renunciar a llegar al mar.
Hay algunos que lo hacen porque no les alcanza el caudal
y terminan por morir en los arenales.
Otros, en cambio, abandonan su tensión por el mar
y se convierten en lagunas:
las lagunas son ríos que olvidaron su tensión por el mar.
Cansadas de andar y vencer obstáculos,
prefieren construir su propio océano
en el hueco de alguna hondonada,
o en los esteros de la tierra anegadiza.
Y allí se quedan, engañándose a sí mismos,
creyendo haber llegado cuando en realidad
simplemente se han detenido.
Señal de que no fueron muy lejos.

Pero hay otro tipo de ríos que tampoco llegan al mar.
A éstos ni les ha faltado caudal,
ni han abandonado su tensión por el mar.
Al contrario.
Allí donde su cauce se embreta
y corres más apasionadamente pudiendo las rocas,
han aceptado un dique los sofrena.
Sus aguas tumultuosas, al no poder seguir su curso normal,
se arremolinan acorraladas
y comienzan a trepar lentamente las laderas
acumulando toda su energía. Se parecen a las lagunas.
Pero hay algo importante que las diferencia:
anidan en la altura y aceptan una turbina que las desangra.

Insisto que no han abandonado su tensión por el mar.
Al contrario.
Al sentirse contenidas por el dique que se interpone
en su libre carrera instintiva, su ímpetu se acumula
y se potencializa cada vez más.
Incluso su fuerza puede llegar a ser peligrosa,
si el dique cede. Entonces todo su caudal
liberado de golpe se convierte en avalancha de piedras,
barro y agua, asesinando todo lo que encuentra a su paso.
Ha habido ciudades destruidas por las aguas desenfrenadas.

Pero si el dique resiste, porque se ha asentado sobre la roca,
entonces la fuerza acumulada
se canaliza a través de la turbina y se convierte en luz,
en energía, en calor.
El caudal se desfleca por las acequias y va a regar los surcos,
creciendo por los viñedos hacia el vino,
por los trigales hacia el pan, por los olivares
hacia el aceite que alumbra, suaviza o unge.
Gracias a su fuerza acumulada,
entra en cada casa para el humilde servicio de abrevar,
refrescar o lavar.

Nuestro río es de este tipo.
Aceptando el dique que frena sus instintos
de correr libremente hacia el mar, se hizo lago.
No tenía mucho caudal,
pero lo alimentan las nieves de la cordillera patagónica,
y tiene cerros en su camino.
Y en los Cerros Colorados su curso fue interceptado.
Encorvó su lomo gredoso al sentir frenado su ímpetu,
y actualmente sigue buscando ansiosamente el mar
a través de la turbina que canaliza toda su energía.
Y buscando el mar, llega hasta mi mesa hecho luz.
La luz que alumbra mi celda de monje
y me permite escribirles a ustedes
su parábola de tensión y servicio.
Porque este río no está esclavizado.
De ninguna manera.
Ha sido liberado para ser puesto al servicio.

El mar es amar.

Mamerto Menapace

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