Poemas, relatos y cuentos

¿Qué hace falta para despertar?

¿Qué hace falta para despertar?
No es necesario ni esfuerzo,
ni juventud, ni mucho discurrir.

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Sólo se necesita una cosa: la capacidad de pensar algo nuevo,
de ver algo nuevo y de descubrir lo desconocido.
La capacidad de movernos fuera de los esquemas que tenemos,
de saltar sobre ellos y de mirar con ojos nuevos a la realidad.

Anthony de Mello

Frase del día – 3 de agosto

Aquella teoría que no encuentre aplicación práctica en la vida, es una acrobacia del pensamiento. Swami Vivekananda

Suena una melodía de Anthony de Mello

Hay un proverbio oriental que dice: “Cuando el arquero dispara gratuita­mente, tiene con él toda su habilidad.” Cuando dispara esperando ganar una hebilla de bronce, ya está algo nervio­so. Cuando dispara para ganar una medalla de oro, se vuelve loco pensando en el premio y pierde la mitad de su habilidad, pues ya no ve un blanco, sino dos.

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Su habilidad no ha cambiado pero el premio lo divide, pues el deseo de ganar le quita la alegría y el disfrute de disparar. Quedan apegadas allí, en su habilidad, las energías que necesitaría libres para disparar. El deseo del triun­fo y el resultado para conseguir el pre­mio se han convertido en enemigos que le roban la visión, la armonía y el goce. El deseo marca siempre una depen­dencia.
Todos dependemos, en cierto sentido, de alguien (el panadero, el lechero, el agricultor, etc., que son necesarios para nuestra organización). Pero depender de otra persona para tu pro­pia felicidad es, además de nefasto para ti, un peligro, pues estás afirmando algo contrario a la vida y a la realidad.
Por tanto, el tener una dependencia de otra persona para estar alegre o tris­te es ir contra la corriente de la reali­dad, pues la felicidad y la alegría no pueden venirme de fuera, ya que están dentro de mí.
Sólo yo puedo actualizar las potencias de amor y felicidad que están dentro de mí y sólo lo que yo consiga expresar, desde esa realidad mía, me puede hacer feliz, pues lo que me venga desde afuera podrá estimularme más o menos, pero es incapaz de dar­me ni una pizca de felicidad.
Dentro de mí suena una melodía cuando llega mi amigo, y es mi melo­día la que me hace feliz; y cuando mi amigo se va me quedo lleno con su música, y no se agotan las melodías, pues con cada persona suena otra me­lodía distinta que también me hace fe­liz y enriquece mi armonía.
Puedo te­ner una melodía o más, que me agra­den en particular, pero no me agarro a ellas, sino que me agradan cuando es­tán conmigo y cuando no están, pues no tengo la enfermedad de la nostalgia, sino que estoy tan feliz que no añoro nada.
La verdad es que yo no puedo echarte de menos porque estoy lleno de ti. Si te echase de menos sería recono­cer que al marcharte te quedaste fuera.
¡Pobre de mí, si cada vez que una per­sona amada se va, mi orquesta deja de sonar!
Cuando te quiero, te quiero inde­pendiente de mí, y no enamorado de mí, sino enamorado de la vida.
No se puede caminar cuando se lleva a al­guien agarrado. Se dice que tenemos necesidades emocionales: ser querido, apreciado, pertenecer a otro, que se nos desee. No es verdad. Esto, cuando se siente esa necesidad, es una enfermedad que viene de la inseguridad afectiva.
Tanto la enfermedad, necesidad de sentirme querido, como la medicina que se ansía, el amor recibido, están basados en premisas falsas. Necesida­des emocionales para conseguir la fe­licidad en el exterior, no hay ninguna; puesto que tú eres el amor y la felici­dad en ti mismo. Sólo mostrando ese amor y gozándote en él vas a ser real­mente feliz, sin agarraderas ni deseos, puesto que tienes en ti todos los ele­mentos para ser feliz.
La respuesta de amor del exterior agrada y estimula, pero no te da más felicidad de la que tú dispones, pues tú eres toda la felicidad que seas capaz de desarrollar.

Anthony de Mello

Frase del día – 2 de agosto

Abandonar puede tener justificación; abandonarse, no la tiene jamás. Ralph W. Emerson

Si quieres buena compañía ama tu soledad

Esto está planteado con un doble sentido. Ambos benéficos.
1) La soledad no es aislamiento, ni abandono, ni huida de los demás. Implica el encuentro íntimo, fecundo, pleno de matices y siempre enriquecedor con uno mismo. Encuentro que permite bucear y comenzar atisbar las insondables honduras de nuestro ser.

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Y también, empezar a vislumbrar sus cumbres más altas. Buceo y ascenso que debe ser guiado por el amor a uno mismo.
Amar la soledad es ingresar en la senda siempre fértil del amor a sí mismo.
El ser humano es un ser vincular. Nadie crece y se desarrolla en total aislamiento. La paradoja es que, como acabamos de ver, nadie puede, sólo por sí mismo, llegar a ser el mismo. Los múltiples vínculos que fueron -y van- nutriendo nuestra existencia resultaron -y resultan- imprescindibles para alcanzar la cima de nuestra propia identidad.
El amor a sí mismo potenciado en la intimidad de la propia soledad permite recrear y destilar la esencia del amor recibido en cada uno de los vínculos fundantes de nuestro SER PERSONA.
Como ya vimos estar vivos es la señal de haber recibido amor. Nuestros padres y aquellos que nos cuidaron con ternura nos los transmitieron. Y, a ellos, a su vez, les fue donado por sus padres, y/o personas que los cuidaron. Que a sí mismo lo recepcionaron de sus padres y aquellos otros seres que les brindaron cobijo y así, hasta y desde los albores mismos de la humanidad.
Si, como se especula y calcula, el ser humano tiene un millón de años, hace, entonces, todo este tiempo que el amor se viene decantando, filtrando y destilando para brindarle a cada uno sus gotas más puras. Yaciendo ellas en las entrañas más íntimas y esenciales de nuestro ser. Como el agua que baja de la montaña que se purifica con el filtrado en las distintas napas para ser entregada cristalina y nutricia.
Lo deslumbrante y paradójico es que amarse a sí mismo es recrear, rememorar, recuperar, reconocer y reencontrarse con todos y cada uno de esos vínculos llenos de amor, que pueblan nuestra memoria personal y ancestral. En el amor a sí mismo se halla implícito la reminiscencia de todo el amor que por generaciones se fue cimentando y transmitiendo.
Se desprende de esto que amar la soledad y amores a sí mismo es encontrar la propia compañía y reencontrar la compañía de los vínculos preexistentes antes descritos.
En síntesis, amar la soledad es encontrar el silencio para deleitarse con las mejores notas y la música más sublime de nuestro propio espíritu. ¡Y vaya que es compañía!
2) Cuando uno ama su soledad y encuentra en ella la propia compañía está en condiciones ideales para establecer un vínculo sano, genuino y auténtico, es decir armónico, con los demás.
Si uno busca estar con otros, desde el temor de encontrarse (en realidad desencontrarse) aislado, huyendo de sí mismo, repele y por ende aleja a los demás.
La comunicación humana se establece desde y en distintos niveles. Uno de estos niveles es afectivo, no verbal, principalmente inconsciente, telepático.
Quien busca la compañía de otros seres humanos desde el malestar consigo mismo, huyendo de sí mismo, transmite lo malo que es estar con él. Aunque lo que pretenda sea lo opuesto, lo que promueve, el mensaje que transmite es: “aléjense de mí”, “soy un pelmazo” (Como decía Gian Vicenzo Gravina: “El pelmazo es un individuo que le priva a uno de su soledad sin brindarle compañía”). Y, como es lógico y coherente, la gente obra en consecuencia. Así queda y se siente más aislado.
En cambio si ama su soledad, y se siente bien consigo mismo, irradia paz. Ejerce un poderoso polo de atracción hacia él. El mensaje subliminal que transmite es “acérquense”, “conmigo se van a sentir muy bien”. En estas condiciones es muy difícil que el vínculo no resulte armónico y la compañía resultante no sea edificante para quienes participan de ella.
Tengo a mis amigos en mi soledad; cuando estoy con ellos ¡qué lejos están! – Antonio Machado

Gabriel Jorge Castellá
De su libro: “Paradojas existenciales”

Frase del día – 1° de agosto

Enseñar a quien no tiene curiosidad por aprender es sembrar un campo sin ararlo. Richard Whately

El mito del fracaso

Puede que esto te tome de sorpresa, pero el fracaso es una ilusión. Nadie fracasa en nada. Todo lo que haces produce un resultado. Si estás intentando aprender a atrapar una pelota y alguien te la tira y se te cae, no es que hayas fallado.

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Sencillamente, se ha producido un resultado. La pregunta real es qué hacer con los resultados que produces. ¿Te vas llorando por haber fallado atrapando la pelota, o dices “Tírame otra” hasta que terminas por atraparlas? El fracaso es un juicio. No es más que una opinión. Procede de tus miedos, que pueden ser eliminados con amor. Amor por ti mismo. Amor por lo que haces. Amor por los demás. Amor por tu planeta. Cuando tienes amor dentro de ti, el miedo no puede sobrevivir. Reflexiona acerca del mensaje que hay en esta antigua sabiduría: “El miedo llamó a la puerta. El amor contestó, y no había nadie”.

Esa música que oyes en tu interior, urgiéndote a que asumas riesgos y persigas tus sueños es tu conexión intuitiva con el propósito que hay en tu corazón desde que naciste. Sé entusiasta en todo lo que hagas. Ten esa pasión, sabiendo que la palabra “entusiasmo” significa literalmente “El Dios (enthos) interior (iasm)”. La pasión que sientes es Dios dentro de ti, que está picoteándote para que te arriesgues y seas la persona que eres.

Me he dado cuenta de que los riesgos que se perciben no son para nada tales riesgos, una vez que transciendes tus miedos y dejas que entren en ti el amor y el respeto por ti mismo. Cuando produces un resultado del que los demás se ríen, a ti también te da la risa. Cuando te respetas a ti mismo, tropezar te permite reírte de ti mismo como tropezador ocasional. Cuando te amas y te respetas a ti mismo, la desaprobación de alguien no es nada que haya que temer o evitar. El poeta Rudyard Kipling declaró: “Si puedes alcanzar el triunfo y el desastre, y tratas a esos dos impostores por igual… Tuyo son el corazón y todo lo que hay en él”. La palabra clave aquí es “impostores”. No son reales. Sólo existen en la imaginación de la gente.

Sigue a tu cerebro derecho, escuchando cómo te sientes e interpretando tu propio y exclusivo estilo musical. No tienes que temer a nada ni a nadie, y no volverás a sentir jamás ese terror a estar yaciendo algún día en tu lecho de muerte diciendo: “¿Y qué pasa ahora si toda mi vida he estado equivocado?”. El compañero invisible que está sobre tu hombro derecho te va a pinchar cada vez que te estés apartando de tu propósito. Te va a obligar a que tomes conciencia de tu música. Así que escúchalo, y no te mueras sin haber sacado afuera tu música.

Dr. Wayne Dyer