Ser manso de corazón,
arrinconando la ira al recibir una injuria.
Dosificar las palabras y evitar las ásperas.
Ser manso de obra,
excusando al que te ofende
y rogar a Dios para que le perdone.
Ignorar el daño, el dolor, la molestia,
pues no son fuente de la paz del espíritu.
Mantener firme el corazón, en las propias convicciones.
Ser manso no implica no luchar,
es poner la suficiente energía para dominar el desorden,
utilizando la calma para enfrentar a los que se agitan.
Observar las pequeñas olas de cólera
que rizan el lago de la mente
y no permitirles que adquieran grandes proporciones.
Entonces… sólo así,
alcanzar un estado de tranquilidad interior…
de paz y de dulzura…
de mansedumbre.
Josefina Dao
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